Algunos artesanos tuvieron que cambiar de rubro, empezaron a vender material de limpieza o, incluso, pan. Otros confeccionistas se quedaron con botas del año pasado. El municipio también perdió dinero en recaudaciones por sillas y graderías.

En un año “normal”, sin la pandemia del coronavirus como sombra latente en cada rincón, Cochabamba estaría celebrando el Corso de Corsos, la máxima entrada del Carnaval en el departamento y una de las más grandes del país. Los fastuosos trajes recorrerían las calles, la banda acompañaría a los fraternos y, cómo no, se generaría un gran movimiento económico para los comerciantes, artesanos, empresarios e instituciones. Sin embargo, la crisis sanitaria frenó toda la ostentosidad y dejó heridas severas en esta fiesta.

Los empleos que se generaban en torno al Carnaval eran diversos; desde la confección de trajes para las fraternidades folclóricas hasta la venta de graderías. Ahora, varios artesanos se quedaron con las telas brillosas guardadas, los zapateros conservan en su taller botas desde el año pasado y la Alcaldía no recibirá recursos por la venta de espacios públicos. Esto generó una migración de rubro para subsistir, algunos venden electrodomésticos, productos de limpieza o pan, hasta que el color y la alegría del Carnaval vuelvan a cubrir al país.

UNA FIESTA SIN CAPORALES

“Es una lástima que no haya podido haber ninguna festividad. Estamos manejando todo como podemos, viendo de reunir dinero, no es tan fácil ya que nos dedicábamos solo a esto”, dice Judith Gutiérrez, especialista en confeccionar trajes de caporal.

El negocio es, como en la mayoría, familiar. Su padre, Eduardo Gutiérrez, fue el impulsor. Ellos se dedican a la confección exclusiva de los atuendos para caporales Mi Viejo San Simón, San Simón y todas sus filiales en el exterior. Judith comenta que, por lo menos, hacían 500 trajes para estas fechas. Su trabajo llegaba a varios países; ahora todo se interrumpió.

La confección demora varios meses. Iniciaban la costura en octubre o noviembre para tener todo listo en Carnaval.

La suspensión, primero, de la festividad de Urcupiña y, luego, del Corso de Corsos y la entrada en Oruro supuso un golpe fuerte a la economía que se mueve durante estas conmemoraciones. “Estamos pasándola muy mal porque no hay trabajo. Sobrevivimos con lo que hay, trabajos al día”, cuenta Judith.

Para generar algo de ingresos económicos volvieron a sus primeros oficios, la sastrería, aunque también es una labor escasa porque la gente prefiere comprar ropa usada o trajes fabricados por mayor, según explica la propietaria.

La familia Gutiérrez aún no sabe si cambiará de negocio. Las esperanzas están puestas en Urcupiña. “Por el momento tratamos de conseguir algo para el día, hasta ver si hay alguna solución hasta agosto”, asegura Judith.

TRABAJOS PARALIZADOS

Por otro lado, uno de los accesorios fundamentales en cualquier traje folclórico son los zapatos. Esas piezas que le dan el toque perfecto a un traje de morenada o a un caporal. La familia Veizaga es especialista en esta área, un oficio que comenzó con los bisabuelos de Vanessa y que se extiende hasta ella. Su tío René Veizaga es quien lideró el negocio durante décadas y se mantuvo como uno de los referentes para los danzarines.

Vanessa cuenta que solían recibir alrededor de 500 pedidos para Carnaval, entre botas para morenada y para caporales para distintas fraternidades. Los trabajos comenzaban en noviembre ya que están llenos de detalles. “Como es de manera artesanal, se tarda más, es moroso”, dice.

Los precios son variables, según la complejidad de cada zapato; para traje de caporal de mujer oscila entre los 180 y 200 bolivianos; las botas de la misma danza para varón están entre los 280 y 300 bolivianos; y las botas de morenada, según la altura del taco, entre los 250 y 300 bolivianos; algunas bailarinas piden hasta los 15 centímetros.

La afectación a este negocio comenzó el año pasado, cuando el Corso de Corsos se canceló a causa del aluvión en Tiquipaya. “Ya estábamos haciendo los zapatos, pero muchas fraternas no recogieron. Fue un perjuicio para ellas y para nosotros”, dice. A eso se sumó, como en todos los casos, la cancelación de Urcupiña y del Carnaval

La familia se dedica también a la fabricación de zapatos de vestir y de ballet, pero los pedidos son mínimos y no les alcanza para sustentarse. René ya vendió algunas máquinas durante el último año. Su taller está cerrado, solo esperan que las cosas puedan mejorar o tomar una decisión sobre un nuevo negocio.

“Es muy lamentable porque no podemos hacer nada, no está en nuestras manos. Afectó a varios artesanos. Esperamos que mejoren los tiempos, pero, de momento, no hay nada”, indica Vanesa.

ALTERNATIVAS FRENTE A LA CRISIS

“He venido a ver a mis colegas y (sus negocios) se han vuelto tiendas de barrio, de material de limpieza. Una desgracia. Yo me he dedicado a vender pan, artículos de limpieza porque hay que sobrevivir”, cuenta Zobeida Gutiérrez, orureña que lleva el Carnaval en la sangre y que trabaja en Cochabamba hace años elaborando trajes folclóricos.

Este 2021 fue, como de costumbre, a Oruro, pero el panorama era totalmente distinto. La calles estaban vacías y la alegría típica de la fiesta no existía. En una ocasión típica, su trabajo ya habría comenzado hace seis meses, luego de firmar contratos con fraternidades nacionales y extranjeras; de hecho, sus confecciones llegaban a Argentina, Chile, Perú y Londres, entre otros.

Gutiérrez comenta que la cadena de empleos que se genera en torno al Carnaval es amplía. Solo en su negocio, unas doce personas costuran, otras seis bordan y otras seis forran zapatos, sin contar las aplicaciones. “Todos esperan al Carnaval para generar empleo. Es nuestro medio de vida. Nosotros subcontratamos, damos trabajo a otras personas, todos se han quedado sin nada. Estamos golpeados económicamente de la peor manera”, afirma.

Sus diseños son exclusivos y trabajan con bloques únicos por cada fraternidad para no repetir modelos. El costo varía según el detalle, el tipo de tela y la ostentosidad. Por ejemplo, un traje sencillo de kullawada —que es una de sus especialidades— cuesta entre 2.500 y 4.000 bolivianos.

La deuda en el banco es otro tema que aborda Zobeida. El diferimiento no les ayuda como quisieran. “A la hora de la hora, hay que reunir plata de donde sea para ir al banco y pagar”, asegura. Piden créditos flexibles que los ayuden a empezar. Mientras tanto, migraron a todo tipo de actividad comercial paralela, pero que no les genera los mismos recursos. Además, a eso se suma la tristeza de no poder festejar esta fiesta, que, como indica Gutiérrez, es parte esencial de su vida. “Por nuestras venas corre el Carnaval, el folclore, tenemos la música de la banda. Hay que vivir y sentir todo esto para expresar en los trajes”, enfatiza.

MUNICIPIO SIN RECAUDACIONES

A nivel institucional también se sintió el golpe a la economía. El Corso de Corsos en Cochabamba generaba dinero al municipio, sobre todo en la venta de graderías y asientos.

El director de Recaudaciones de la Alcaldía de Cochabamba, Andrés Cuevas, afirma que la pérdida oscila entre los 350 y 400 mil bolivianos, según la comparación que hizo con la última entrada en 2019. También se genera recursos por el alquiler de espacios públicos esos días.

La crisis comenzó el año pasado a raíz de la cuarentena rígida, tiempo en el que no pudieron recaudar nada. “Tuvimos un perjuicio muy grande. Un día que no se trabaje es un día que no se genera recursos. Ha sido un año muy complicado, no solo para Cochabamba, sino también para los municipios”, asegura Cuevas.

Para compensar eso, implementaron planes estratégicos para atraer a los ciudadanos, como el Perdonazo a los impuestos, lo que ayudó a solventar la gestión.

La pandemia hirió al Carnaval, los artesanos, comerciantes e instituciones fueron afectados. La esperanza está enfocada en Urcupiña, aunque todo dependerá de cómo actúe la COVID-19 en el país.

Por: Opinión Bolivia

Por Juan de Dios Peña Gomez

Gerente Administrador de Taxi-Noticias

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