Hace cuatro semanas, la ingeniera Camila Velazco Landeau se sumó a la lista de bolivianos que destacan en las ciencias espaciales a nivel mundial. Lista que parece resumir una historia basada en dos valores inseparables para cada caso: la pasión por aprender y enseñar, y un profundo afecto por la patria. Así, estos bolivianos se relacionaron con proyectos de las principales agencias aeroespaciales, premios Nobel y descubrimientos que han transformado la historia de la humanidad. 

Es posible iniciar la lista con un apasionado por la educación y probablemente uno de los bolivianos internacionalmente más conocidos en las últimas décadas. No estudió ninguna de las especialidades de las ciencias del espacio. Sin embargo, su influencia en esta área fue reconocida no sólo en declaraciones de circunstancia, sino en ceremonias especiales. Es el profesor Jaime Escalante. De él, frecuentemente se recuerda que fue capaz de impulsar a jovenzuelos candidatos a la marginalidad rumbo a sonados lauros académicos.    

De hecho, se supo que uno de sus pupilos, Luis Velarde, fue parte del equipo que llevó al vehículo Perseverance a Marte hace cuatro semanas. Este ingeniero aeroespacial es responsable del Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL) de la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio). Otros dos exalumnos de Escalante actualmente también trabajan para esta agencia espacial. Son los ingenieros investigadores Thomas y Sergio Valdez, entre otros, que en el pasado llegaron a esta célebre institución.

Miembro de la NASA

Escalante, al margen de forjar talentos en la secundaria, también fue conductor de dos series televisivas para PBS televisión: Futures I, y Futures II. En ese programa demostraba aplicaciones matemáticas, entre otras áreas, para la ingeniería y la exploración espacial. Por toda esa labor, en 2002, la NASA le nombró miembro honorario en una ceremonia realizada en Washington. Ya en 1993, este docente paceño fue honrado por la Unión Astronómica Internacional que nombró al asteroide 5095 “Escalante”. 

Sin embargo, si de méritos y estudiantes hablamos, probablemente la influencia de este profesor empezó y llegó a otras lejanas tierras antes que a EEUU. Se trata de Óscar Saavedra San Martín que bien podría ser considerado el más importante astrofísico boliviano hasta el presente. Saavedra, en los años 50, fue alumno de Jaime Escalante en el colegio San Calixto, hecho que solía destacar con frecuencia. Y fue precisamente una de las dependencias de aquel colegio la que inspiró la carrera de Saavedra: el observatorio astronómico. Tenía apenas 15 años cuando los jesuitas advirtieron su notable interés en la materia y su gran habilidad para las matemáticas.    

Ése habría de ser su puente al infinito porque los jesuitas advirtieron que su talento podría explayarse en otra institución aún más importante. “En esos años, el observatorio y Laboratorio de Física Cósmica de Chacaltaya era muy conocido -le contó Saavedra a OH! en 2009-. Apenas tenía 15 a 16 años y había estudiado mucha matemática, por mi cuenta, partes que no nos enseñaron en la escuela. (…) El director me tomó examen y después me preguntó si quería trabajar allí”.

Un peldaño llevó a otro. Al lograr su bachillerato, Saavedra postuló a una beca en la universidad de Turín donde años más tarde logró su doctorado en astrofísica. “Retornó a Bolivia y fue director del Laboratorio de Física Cósmica entre 1966 y 1967 –recuerda su colega y gran amigo Francesco Zaratti–. Pero, sobre todo, contribuyó a hacer que crezca Chacaltaya y la investigación con una larga serie de convenios y experimentos que trajo con científicos europeos”. 

Se aplicó especialmente al estudio de los neutrinos, partículas subatómicas elementales. Desarrolló detectores de estas partículas que permitieron profundizar la investigación de las supernovas, es decir, las estrellas que devienen en colosales explosiones en el universo. Por esa labor, el año 2007, junto a los científicos rusos Alexeev Evgeny Nikolaevich y Ryazhskaya Olga Georgievna, fue galardonado con el premio Markov. Este lauro es otorgado por el Instituto de Investigación Nuclear de la Academia de Ciencias de Rusia. Fue considerado en tiempos de la Guerra Fría como “el premio Nobel soviético”.

La misión Euclides  

Saavedra impulsó diversos proyectos de investigación y formación académica en Latinoamérica y Bolivia. Entre ellos destacan el Observatorio Gigante de Rayos Gama (LAGO) y las escuelas de Rayos Cósmicos y Astrofísica. Gracias a las puertas que el científico abrió en Europa, al menos seis destacados estudiantes bolivianos cursaron posgrados en universidades italianas. De ellos, uno destaca especialmente y parece haber tomado la posta dejada por Saavedra en 2018, cuando falleció. Se trata de Eduardo Medinaceli, quien fue discípulo y amigo del notable astrofísico boliviano.

Medinaceli, a estas alturas ya con dos posdoctorados en el currículum, se especializó igualmente en el campo de los neutrinos. Estuvo en complejos proyectos científicos como el GERDA y el Opera. Hoy participa nada menos que en el proyecto espacial Euclides de la Agencia Espacial Europea (ESA). Trabaja en la programación de un satélite que orbitará la Tierra a 1,5 millones de kilómetros y rastreará singulares misterios del Universo. El satélite será lanzado al espacio en 2022. 

Para más precisiones, el astrofísico le explicó a OH! hace un par de años: “Trabajo en la construcción del software que hace la gestión del detector de radiación infrarroja llamado NISP (Near Infrared Spectro meter and Photometer). Éste hará medidas de tipo espectrométrico y fotométrico de billones de galaxias muy distantes, cuyas imágenes serán detectadas en el vecino infrarrojo (en el rango de longitud de onda de 0,9 a 2 micrómetros). Euclides, con este tipo de medidas, además de medidas complementarias en el rango de radiación visible, determinará la cantidad de materia oscura presente en el universo visible, y con una medida extremamente fina de la taza de aceleración del Universo, se podrá deducir la cantidad de energía oscura presente”.

Zaratti y, en su tiempo, Saavedra advirtieron en estos logros un sabor agridulce. Decenas de casos de investigadores bolivianos, cuyas capacidades difícilmente podrían ser aprovechadas en el país. “Tan bueno es Medinaceli que lo han contratado, no lo han dejado volver –explica Zaratti–. Le han ofrecido unos puestos bastante interesantes en centros altamente desarrollados. Está trabajando allá siguiendo esta misma línea que empezó acá con sus estudios en Chacaltaya. Es un logro, pero a la vez una pena, puesto que nuestros mejores alumnos se han quedado ya varias veces en el exterior”.

La emblemática Chacaltaya

Y es el inspirador centro de Chacaltaya, al que Zaratti le ha dedicado 17 años de su vida, desde donde también los bolivianos destacaron. Este laboratorio de física cósmica alcanzó fama mundial entre mediados de la década del 50 y principios de los años 60. Los estudios realizados en esta dependencia de la Universidad Mayor de San Andrés les permitieron ganar el premio Nobel de Física al japonés Hideki Yukawa, en 1949, y al inglés Cecil Frank Powell, en 1950. “Aunque nunca pisaron Bolivia –puntualiza Francesco Zaratti–. El trabajo fuerte acá lo hicieron los brasileños (liderados por el físico César Lattes) y los bolivianos (encabezados por el físico Carlos Aguirre)”.En aquel tiempo, los 5.000 metros sobre el nivel del mar en los que se ubica Chacaltaya resultaban de gran ayuda para múltiples investigaciones astrofísicas. Con los avances tecnológicos, los satélites e instrumentos como los aceleradores de partículas le restaron muchas ventajas. Sin embargo, en las últimas décadas, el centro experimentó un renacimiento tras crearse la estación climática. Ya es un laboratorio de referencia para el estudio, en especial, de las partículas suspendidas a raíz, por ejemplo, de los incendios forestales que influyen en los glaciares. Paralelamente, de manera espaciada, también se realizan singulares investigaciones sobre rayos cósmicos.     

En cuanto a astronomía, en décadas pasadas también destacó el trabajo del Observatorio de Santa Ana, situado a 14 kilómetros de la ciudad de Tarija. Ubicado por los investigadores rusos como un sitio privilegiado para la observación de fenómenos cósmicos, fue creado en 1982. Desde entonces este centro contribuyó a más de 200 proyectos espaciales. Actualmente, su labor se orienta especialmente en el marco del proyecto de catalogación de objetos cercanos a la Tierra (ISON, International Scientific Optical Network, por su sigla en inglés). Esta labor incluye la detección temprana de asteroides, cometas y basura espacial. Su director y miembro del equipo de fundadores es el ingeniero astrónomo Rodolfo Zalles.  

Así entre limitaciones, singulares sacrificios y esperanzas algunas decenas de bolivianos trabajan en estos virtuales puentes al infinito. Esperanzas que justamente a mediados de febrero redobló Camila Velazco, cuando se supo de su participación en los equipos que permitieron la misión humana más avanzada hasta hoy en Marte. 

Un nombre en Marte

A las 14:30 (hora de Bolivia) de este 18 de febrero habían pasado casi seis meses desde que el módulo Perseverance partió rumbo al planeta rojo. Había recorrido casi 54,6 millones de kilómetros y restaban siete minutos para saber si la misión superaría la fase más compleja.  “Fueron ‘siete minutos de terror’ que se sienten como una eternidad, mientras el corazón late demasiado fuerte y, a la vez, uno ya no respira”, contó a los medios, la ingeniera aeroespacial boliviana de 29 años. Como miembro de la Agencia Espacial Francesa participó en la construcción de la SuperCam que lleva el Perseverance. Con ella, en los próximos dos años, se buscará indicios si alguna vez hubo vida en la superficie marciana. 

Una placa de oro donde están grabados los nombres de Velazco y quienes trabajaron en el proyecto quedará en el vecino planeta. Una consagración para incesantes horas de estudio en las más importantes instituciones académicas de Francia. Accedió a ellos tras lograr una beca cuando salió bachiller en La Paz.

Una nueva brisa de orgullo para el país, como las que trajeron o preparan varios de los mencionados y aludidos en este texto. Quizás como las que percibía Saavedra al citar su mayor logro. “Él estaba orgulloso del premio Markov, sin duda, pero se sentía más orgulloso por lo que pudo hacer para desarrollar la ciencia en Bolivia”, recuerda Zaratti. Un astrofísico ítalo-boliviano que llegó al país en 1973, se quedó y consagró al mismo fin.

Por Condori Luis Pedro

Diseñador y Administrador de Noticias en la Web

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