Son joyas que pesan 100 kilos y miden 2,3 metros de alto por 0,58 de ancho y 0,38 de profundidad. En su estructura, entre otros materiales, hay piedras preciosas, baños de oro de 18 quilates, vidrio biselado y maderas preciosas. Son los míticos relojes de carillón y están trabajados con lo más depurado de este arte en una joyería de Santa Cruz.

Los carillón son relojes de péndulo. Fueron concebidos en 1602 por Galileo Galilei, pero construidos e inventados en concreto por Christiaan Huygens, en 1656. Este tipo de mecanismo los convirtió durante casi tres siglos en el tipo de relojes más precisos del planeta. Luego, la tecnología, a partir de los años 30, superó esa cualidad con modelos más y más sofisticados. Pero no pudo extinguirlos debido al fino arte bajo el cual eran y siguen siendo construidos.

En la capital económica boliviana, un artesano, desde hace más de tres décadas, los arma con paciencia proverbial. Despliega cientos de piezas mecánicas en una sábana y las empieza a articular y calibrar, como descifrando un código secreto. Asegura que tarda entre cinco y seis meses en construir un carillón. Para ello, debe trabajar a un ritmo de tres agotadoras horas diarias.

Único en su género

Es el único en su género en esta ciudad y probablemente también sea el único en Bolivia. “No conozco otro acá, creo que no hay”, dice Luis Alberto Asbún Karmy, a tiempo de explicar las características de su puntillosa labor.

Valga añadir que las características de estos relojes cruceños suman lo más selecto del arte de los carillón a nivel internacional. “Cuando aprendí a construirlos, me di cuenta que podía producir relojes incluso de mejor calidad —explica—. Había que sacar ciertas partes del mecanismo que producían los alemanes, que era lo mejor de su trabajo. En la parte decorativa resultaba mejor la francesa.

Mientras que la cáscara, o funda, de los péndulos y las pesas era mejor comprarla en Estados Unidos”.

Y el complemento nacional también incrementó el valor de estos relojes. En lugar de madera venesta, Asbún utilizó maderas semipreciosas de las selvas bolivianas. Relojes de mara, cedro, roble o nogal, de un único árbol escogido cuidadosamente para la ocasión. Por ello, su peso y fortaleza de 100 kilógramos. “Uno de los secretos de un buen reloj es producirlo de un solo tronco para que la sonería sea dulce y hermosa, así como la de un violín —devela—. Lo que sobra de ese tronco ya no se puede poner en otro reloj”.

Historia de seis décadas

Su amor por este arte empezó hace ya 66 años. El artesano cuenta que solía pasar sus vacaciones en Santiago de Chile, donde su abuelo materno era dueño de la cadena de joyerías Karmy. Alberto para entonces tenía cinco años y quedó deslumbrado al ver este tipo de relojes en aquellos negocios. “Me gustó tanto que quería traerme uno a Bolivia —recuerda—. Mi abuelo le dijo a mi madre que nos llevemos uno, pero las posibilidades de traslado eran muy complicadas. Viajar en esos aviones Douglas DC-3 de la empresa Panagra desde Santiago hasta Cochabamba era una odisea, peor llevando una pieza de semejante volumen”.

Pero la afición por este arte continuó. A sus 19 años, Asbún decidió pasar una vacación en la célebre Selva Negra alemana, una de las cunas de la relojería clásica mundial. De hecho, actualmente, en la región existe el afamado circuito turístico de la Ruta del reloj. Allí, visitantes de todo el mundo conocen a los artistas, constructores y los museos de relojes carillón, cucú, atómicos, solares, etc. 

Allí, se construían los relojes que su abuelo importaba. Allí fue a aprender el arte y durante varios meses trabajó para aquellos célebres artesanos. “Aprendí a construir los relojes, vivía con ellos, recibía alimentación y una paga por mi trabajo —recuerda—. También ahí me di cuenta de que yo podría construir relojes de incluso más calidad que ellos”.

Que ha producido relojes de tanta o mayor calidad que los germanos bien lo pueden decir algunos de sus clientes. Uno de ellos, por ejemplo, resultó ser un diplomático alemán, quien se llevó su reloj Asbún hasta su patria cuando concluyó la misión. El diplomático incluso pasó varios días en Santa Cruz para aprender a montar y desmontar algunos mecanismos que debían transportarse desarmados.

“Eso me enorgulleció —destaca Asbún—. Que lleven un reloj tuyo a Alemania es como si alguien trajese chicha desde Alemania a Cochabamba, es decir, está bien hecho”.

Los clientes

El artesano reconoce: “son un artículo de última necesidad”. Pero han despertado singulares afectos. Estos relojes cruceños ya han sido adquiridos por estadounidenses, brasileños y argentinos que los han llevado a sus países. También ha vendido a clientes provenientes de las principales capitales bolivianas.

Un caso singular lo protagonizó una dama que adquirió nada menos que cuatro carillones para obsequiarlos a sus cuatro hijos. En cada reloj puso una placa con la respectiva dedicatoria de afecto por sus vástagos. Menudo gesto de cariño si, a grosso modo, se puede calcular que los regalitos, en total, le significaron un gasto nada, pero nada económico para el común de los bolivianos.

Pero cada detalle cuenta en estas joyas de 100 kilogramos. En las salas de sus propietarios. cada 15 minutos se escuchan, según elijan en el mecanismo de opciones, la reproducción de los campanarios de Westminster, Whittington o San Michel. Cada semana habrá un elegante ritual personal para, a través de una fina manivela, darle cuerda al carrillón. El primer paso implicará abrirlo utilizando una llave bañada en oro y ornamentada con piedras de granate.

A propósito de gemas, vale también citar que otro de los clientes hizo un pedido especial cuando fue a encargar su carillón: que cada punto del minutero en el dial tenga fijada una piedra preciosa. Obviamente aquel fue el reloj más costoso de los que esta joyería cruceña produjo hasta el presente. Una marca personalísima que, sin embargo, no cambia el hecho de que prácticamente cada uno de estos relojes de péndulo resulta un diseño exclusivo, incluido un número de clave en el mecanismo alemán. La única “producción en serie” fue aquella que encargó esa distinguida dama que decidió obsequiarlos a sus hijos.

Así, hasta el presente, el artesano ha producido 36 de estos relojes. En todos se plasmó además una técnica que guarda bajo celoso secreto: “el endulzado de la madera, una vez que me ha entregado la pieza el carpintero. Esa técnica permite que la sonería sea hermosa, muy fina”. Pero es posible que sean los únicos y últimos de esta singular línea: los relojes de carillón Asbún. “Me moriré con el secreto. Ninguno de mis hijos quiere aprender a construirlos y les comprendo. Ellos recuerdan que me han visto en múltiples afanes muy incómodos, como los de ir a la Aduana y sufrir la burocracia y trabas que ponen a ciertas importaciones. También estoy algo cansado y no sé si me animaré a construir otro carillón más”.

Por Condori Luis Pedro

Diseñador y Administrador de Noticias en la Web

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