Don Juan Gonzalo Matta, ministro plenipotenciario y cónsul general de Chile, presumiblemente se encontraba o llegó a Bolivia en 1891 y realmente ejerció de diplomático durante el gobierno de don Mariano Baptista Caserta 1892-1896 en la capital Chuquisaca. 

Es el personaje que tendremos por compañero en este cuentito.

Era un diplomático muy elegante, que rayaba la exagerada extravagancia, esto estaba acompañado de una forma amanerada de caminar, su paso por las calles era casi una danza de ballet, con aquel bastón que más lo acompañaba como lujo y monograma de sus iniciales grabadas en plata de ley. Usaba pañoletas de diversos colores que en seda natural habían sido importadas de la bella Italia, para los días de calor y bufandas locales de lana de vicuña en los momentos que Sucre tenía sus contados días fríos con heladas. Se jactaba de variados sombreros de las más diversas procedencias; pero siempre del tipo calañés. El propalaba a todos los vientos el poseer un centenar los que los calificaba de chambergos. 

Sus corbatas eran una fiesta de colores con marcado estilo bohemio.

Por tradición llevaba una melena larga de artista, que le gustaba sea batida por el viento en sus largos paseos.

Lo que nunca cambiaba era que todo aquel arsenal de artefactos estaba recubierto por su amplia y larga capa negra de fino paño europeo. Que en las noches andinas hacían de él un misterioso caminante por las calles empedradas del poblado con pretensiones de ciudad. Nunca se pudo saber a dónde iba o de dónde venía. 

Su perfume era sentido a varios metros, con clásico y suave olor a lavanda, producido por una conocida firma Italo-Francesa de nombre Jean Marie Farina, que el poseía en botellones de cristal como el tesoro más preciado. 

En su galantería con las damas era rumboso, especialmente con aquellas que gozaban de cualidades de belleza y garbo. Sus melosas palabras e inclinaciones así como sus famosos “baciamani”, desdecían con el común de los habitantes de la zona, la pueblerina y durmiente ciudad blanca conocida con tres nombres La Plata, Chuquisaca y Sucre. Decía de no gustar de damas con pronunciada fisonomía autóctona y las prefería blancas como la leche y castizas sin mestizaje. 

Este “Don Juan” mapochino era un caminante nato, lo hacia a toda hora y bajo todo tipo de clima, llegando desde los lugares centrales como la Plaza principal y la Catedral Metropolitana a la Recoleta e incluso por los arrabales de la ciudad y las calles de la perdición como eran conocidas aquellas, de la perdición porque en ellas que funcionaban los lenocinios. No habiendo pruebas de que los frecuentara; pero sí que rondaba el lugar a altas horas de la noche, acompañado del suave sonido del chocar de su bastón con las piedras del pavimento. Menos aún que su galantería haya ido a puerto con dama alguna. En opinión de algún rival que además gozaba de antipatía mutua textualmente decía: perro que ladra no muerde, viejo dicho pero valido aquí en Santiago, Londres y París.

La Culta Charcas era en aquellos años una ciudad, solo con aires de tal; pero no pasaba de ser un grande y bello poblado de color blanco como el traje de una novia, recostada en las ondulaciones de la cordillera de los Andes. Con curas y monjas en exceso.

En esa Chuquisaca conocida por Sucre, nuestro diplomático daba galantes saludos en especial a una dama nacida en Tarija y por matrimonio radicada en la ciudad Blanca.

Doña Maria Echazu de Cuellar era sin lugar a dudas la predilecta del diplomático, aunque seguía siendo la legítima esposa del boliviano José Cuellar.

Entre los habitantes de la capital se rumoreaba una relación entre el diplomático y la esposa de Cuellar; pero nunca se logro establecer si era solo una relación de miradas picantes o fantasías crecidas de tono por los chismes pueblerinos de esa olla de grillos.

La ventera de la pulpería, solterona empedernida del barrio, le llevo el chisme al esposo, que no era más que una inclinación del diplomático, junto a caluroso piropo que ella lo acepto con sonrisa, donaire y agrado. Desde un balcón del segundo piso.

A donde iba se decía que hacía llegar sus piropos y muestras de admiración por la dama que lo había obnubilado. Para lo que acudía a un léxico rimbombante, más de una vez con terminología latina y proverbios clásicos.

La chismosa ventera, añadió de propia cosecha, gestos, muecas y altibajos en los tonos de su chillona voz. Aunque no mintió el hecho brillaba como algo terriblemente grave, que nunca se supo que fue y si pasó solo en la mente enfermiza de la pulpera.

Esto bastó para exaltar al marido herido. Se sabía que Matta todas las noches después de su caminata se sentaba puntualmente en el banco de la plaza frente a la Catedral Metropolitana y allá le fue a dar alcance, eso sí acompañado de un enorme arma de fuego que la usó para descargar cinco tiros, con los que podía cargar el pistolón, de los cuales tres hicieron impacto en la humanidad del diplomático que perdía sangre a borbotones. Todo esto espectado por numeroso público, que a esa hora rondaba la plaza por costumbre, espectadores que atónitos no reaccionaban ni sabían qué hacer. Todo lo contrario de la forma de actuar del ingeniero Domingo Costa que también se vio frente al hecho lamentable, él ordenó como presidente del Club de la Unión, que trajera desde los salones de Club un gran sofá para usarlo como camilla y trasladar al diplomático a su residencia que poseía en las inmediaciones donde sucedió la desgracia.

Don Juan Gonzalo Matta en condiciones de herido grave, se debatió entre la vida y la muerte, dejó más de un escrito confidencial a su gobierno, epístolas que fueron introducidas a doble sobre y lacrada a pedido del herido y despachada al país vecino. Falleciendo después de dos días de agonía, ante la mirada atónita de todos los galenos del colegio médico de reciente fundación, los amigos del diplomático, los personeros del gobierno, curas y frailes de todo color y estilo de hábito y el populacho que esperaba las noticias en la calle frente al grueso portón de madera de estilo colonial. 

Nunca se puedo saber el contenido de las cartas ya que ninguna fue hecha pública.

No obstante que en esos años, aunque  la invasión u ocupación al Litoral Boliviano había sido triunfal para Chile y nefasta para Bolivia, que solo se tenía un débil tratado de tregua; pero no el nefasto tratado de Paz que se avino solo en 1904, en ninguno de los dos países hubieron reacciones a la saga del Cónsul Matta y todo quedó cubierto por el velo del olvido.

El marido desprestigiado se presentó para entregarse a la policía y se alejó de la ciudad.

Hasta el día de hoy los lugareños, que de historia conocen, no aceptan usar el banquillo de frente a la catedral, no se sabe si por temor o respeto. En mi ignorancia me senté en él y un caballero de nombre Andrés de Santa Cruz, me dijo que era peligroso, a raíz de ese hecho y me contó con detalle lo acontecido. Después hicimos buenas migas, no obstante la diferencia de edad y de condición, él un aristocrático caballero en todo el sentido de la palabra y yo un estudiante en el archivo nacional de Sucre bajo la guía de don Gunard Mendoza. F., maestro de vida.

Por Condori Luis Pedro

Diseñador y Administrador de Noticias en la Web

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