Las estadísticas son frías, los números son simplemente números, signos o símbolos que designan cantidades. Al 2 de mayo 2021, según fuente virtual[i], alrededor de 3,2 millones de personas habían fallecido en el mundo a consecuencia de la Covid-19. Pero ¿qué son 3,2 millones cuando ningún número tiene rostro ni nombre? La respuesta es nada, es sólo una estadística, simplemente un número, un signo, un símbolo más muerto que el muerto y completamente frío.

“Nadie vive su propia muerte, nosotros vivimos la de los demás…”, ha sido el título de mi columna escrita en octubre de 2019, antes de la pandemia, y en ese entonces dije que “la muerte nos recuerda la fragilidad humana y nos confronta ante el cúmulo de acciones y oportunidades perdidas en vida. Se dice que la muerte es más dura para los vivos porque nadie vive su propia muerte y es ahí en la muerte de otro que se da sentido a la propia vida pues en esos momentos nos abrazamos, nos besamos, expresamos cariño, amor, compasión, misericordia, amistad, empatizamos, lloramos con el llora y sufrimos con el que sufre”. Hoy, mayo de 2021, las cosas son distintas, pues hasta el concepto de muerte se vio afectado; no sólo no podemos llorar con el que llora y sufrir con el que sufre, tampoco podemos abrazar, consolar, besar, expresar con nuestro cuerpo, corazón y alma un sentimiento genuino hacia la pérdida de alguien. Entonces, debemos conformarnos con mandar un mensaje escrito de “me quedé sin palabras cuando me enteré de lo sucedido”, “mi más sentido pésame”, “que descanse en paz”, “te mando todo mi cariño en este momento difícil”.

Poco a poco podemos ir banalizando algunas situaciones, no porque no sean importantes —jamás dejarán de serlo—, sino porque ya son muchas y eso nos puede insensibilizar. Algunos rostros y algunos nombres pasarán a ser números para muchos, esto sin duda. Sin embargo, ese número para pocos no dejará jamás de tener un rostro y haber dejado un nombre. Para ellos, la silla del comedor no podrá ser ocupada por otro. En muchos hogares, hay una silla vacía. La misma silla que seguramente, cuando todo esto pase —porque tiene que pasar en algún momento—, quedará vacía en aquel restaurante donde compartíamos con ellos, con los números que engrosaron la estadística pero que para nosotros, que los conocíamos y queríamos, tenían un rostro y un nombre.

En esa columna (octubre de 2019) también dije que la muerte “nos hace ver que la vida es como una fiesta, donde la gente va y viene, pero la fiesta continúa sin importar quién se va o quién llegó; cuesta entender que la vida continúa cuando alguien partió. Sin embargo, esa partida hace que comprendamos lo dicho en la boca de sabiduría de Salomón: ‘Mejor es estar en casa de luto que en casa de fiesta’. En la fiesta, ¿para qué preocuparse por la muerte?, si cuando el ser humano vive, ella no está presente; mientras que cuando llega, él ya no está. Pero en casa de luto hacemos una pausa en el ajetreo de la vida, meditamos, reflexionamos, nos cuestionamos y dejamos que la lección nos alcance haciéndonos dar cuenta que la vida es un soplo y que en ese soplo dejamos huellas”.

Y también sillas vacías.

 (Escrito en memoria de un querido amigo que partió sin siquiera sospecharlo y  como muestra de solidaridad para quienes llamé o mandé un mensaje en estos últimos  días porque vivieron en carne propia el poner rostro y nombre a un número frío…Para ustedes, todo mi cariño).

* La autora es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida

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Facebook: @jeancarlasaba

Por Condori Luis Pedro

Diseñador y Administrador de Noticias en la Web

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