Es uno de los más incisivos analistas, especialmente, sobre política energética, pero también uno de los científicos más polifacéticos del país. OH! conversó esta semana con Francesco Zaratti Sacchetti.

– Es doctor en física, pero también tiene vena literaria, es muy definido en su fe y no le huye a la política. ¿Es una especie de escolástico, un humanista o algo así? ¿Cómo se define Francesco Zaratti?

– Me definiría como multidimensional. No vivo en una sola dimensión: puede ser la ciencia, puede ser la política, la literatura e incluso la fe, aunque la fe aparte a todo. Soy curioso, me interesan muchas cosas. Y trato de profundizar las cosas que me interesan. 

– Por lo que veo, usted nació muy poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, allí donde se la sufrió con gran intensidad. Seguramente sus papás y sus abuelos vivieron muy de cerca y fueron influenciados por aquel terrible drama. ¿Es así?

– Soy hijo de la paz. Nací en 1947. La guerra culminó el 45, mis papás se casaron el 46 y fui el primer hijo. Nacer después de una guerra lleva consigo todas las cicatrices que dejan los conflictos armados: los sufrimientos, las penurias, el hambre, la incertidumbre… Pero al mismo tiempo vives en una generación que toma la vida con mucho entusiasmo, con mucha renovación. 

Es lo que les pasó a mis papás. Se casaron mirando hacia adelante en un mundo nuevo que había que construir. Entonces, uno se educa con una cultura de la austeridad, del sufrimiento, pero al mismo tiempo, con un empuje hacia adelante para superar esas dificultades y hacer un mundo diferente.   

– ¿Por qué decidió ser físico?

– Primero, por un gusto innato por la matemática y las leyes de la naturaleza. Eso me podía llevar a diferentes disciplinas. Entonces, elegí la física por exclusión. Me pareció que, entre las ciencias, la física era la más noble. Fue un desafío para mí.

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– Cuando, hace 48 años, llega a Bolivia, como parte de un programa de cooperación, tenía ya un doctorado. Supongo que pensaba en una estadía temporal. Además, con esa especialidad, habría tenido notables ventajas académicas, laborales y económicas en cualquier potencia. ¿Por qué optó por quedarse en Bolivia?

– Cada elección implica renuncias. Venir a Bolivia por dos años, que amplié a casi otros dos más, como cooperante técnico, implicó una renuncia a la carrera universitaria en Italia. Tenía esa posibilidad, pero para mí era mucho más importante descubrir un sentido a mi vida. También lograr una interrelación con “la periferia del mundo”, como se llamaba a Latinoamérica que estaba muy de moda esos años 60 en Europa. Por eso, elegí venir primero esos dos años a Bolivia y luego renové, pero antes encontré el amor acá. Quién sabe esa fue la razón principal: encontré el amor y el deseo de construir una familia. 

Simultáneamente, en 1974, un año después de haber llegado a Bolivia, entré a la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) como docente. Terminé ahí de descubrir mi vocación de investigador, de formador de profesionales. Así que me encontré muy cómodo en una universidad a la que se le podía dar mucho. Había mucho qué hacer, transformar y, sobre todo, modernizar. De hecho, de los 42 años que estuve en la UMSA, 15 años los dediqué a reformar la universidad, obviamente, junto con otros colegas. 

– Llegó en plena dictadura de Banzer. Deduzco que, dado el temple que tiene la UMSA, su vocación política y su sensibilidad social se acentuaron en ese escenario. ¿Es así?

– Sí, los primeros años, trataba más escuchar que hablar. Buscaba entender lo que estaba pasando. Estando en la universidad cultivé muchas amistades políticas, gente que estaba comprometida, sobre todo, con partidos de izquierda. Tuve muy buenas relaciones con miembros del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), aunque nunca fui militante. Pero gran parte de mis colegas amigos tenían los ideales del MIR. Ese fue mi primer acercamiento a la política. 

Luego, con las responsabilidades que uno va asumiendo, fui, por ejemplo, presidente de la Federación de Docentes de la UMSA, tiene que interactuar. Ahí debía hablar con dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) o con gente de partidos políticos. Recuerdo que cuando se recuperó la democracia se realizaron foros presidenciales y vicepresidenciales. Ahí estuve muy activo y también tratando de escuchar hacia dónde nos querían llevar ciertas propuestas. 

Años después, ya contaba con la experiencia de llevar la ciencia a la gente y de visitar casi todo el país para hacer campañas educativas. Eso me acercó más a la idea de que si había la posibilidad de hacer un servicio más comprometido con el país, lo haría. Sucedió en 2003, en el gobierno de Carlos Mesa. Yo tenía con él una amistad muy débil, de lejos, pero descubrí que él tenía mucha confianza en mis ideas y mi capacidad de servicio. Acepté sin ningún cálculo. Esa fue la evolución, sin que la hubiera planificado, pero que, poco a poco, me llevó a comprometerme más. 

– Luego mantuvo sus columnas de opinión en los diarios, pero desde hace mucho ha incidido especialmente en el área de hidrocarburos y energía. ¿Por qué se ha aplicado especialmente a ese sector?

– Vino de mi actividad en el planetario y observatorio donde hacíamos astronomía y astrofísica. Usted sabe que la energía es fundamental para el desarrollo y la evolución del universo y en especial la energía basada en el hidrógeno. Las estrellas tienen como combustible el hidrógeno. Entonces, el estudio del uso del hidrógeno como energía me acercó a la temática del gas. A fines de los años 90 ya se sabía que Bolivia tenía gas en abundancia, pero no suficiente mercado. Entonces, podía ser la materia prima para transformarla en hidrógeno. Un tema del que hoy se habla comúnmente, la energía verde del hidrógeno.

Con estas reflexiones me encontré con el conocido empresario Fernando Romero e intercambiamos ideas sobre las potencialidades del gas boliviano. Decidimos escribir un pequeño librito sobre el tema. Él puso más la parte histórico política y yo puse más la parte científica y de proyección. Ahí me enganché a esa problemática. Ése fue el génesis de mi salto de la ciencia a los temas de energía.

– A propósito de estas dos décadas de la era del gas en Bolivia y su dedicación al tema: ¿cuál cree que fue el gobierno que hizo mejor o menos mal las cosas en cuanto a política energética?

– Correré el riesgo de ser insultado. La época de la capitalización y la Ley de Hidrocarburos de Sánchez de Lozada junto con los demás gobiernos de los 90 fue la mejor. Hay una razón: nunca antes ni después Bolivia tuvo la capacidad de atraer capitales para exploración. Son capitales constructivos, en el sentido de que son capitales que llegan al país para crear riqueza. 

Todo lo que se descubrió en reservas de gas fue una riqueza que los gobiernos que vinieron después, especialmente del MAS, se dedicaron a monetizar. Me dirán que también en el tiempo del Movimiento Al Socialismo hubo mucha inversión en hidrocarburos. Sí, pero esa inversión no fue a crear riqueza, sino para monetizar la riqueza, o sea, para vender gas y sacar dinero. Pero ese gas había sido descubierto antes.

Hay mucha diferencia entre invertir en explotación de los recursos e invertir en descubrir, encontrar, los recursos. La de los 90 fue la época de oro para crear riqueza en Bolivia. Ahora, para que esa riqueza fuese mejor aprovechada por los bolivianos estuvo la Ley de Hidrocarburos. Pero el error del MAS fue dedicarse a monetizar pensando que las reservas eran infinitas. Hoy nos damos cuenta que esas reservas se agotan y ya no hay mucho que monetizar.

– ¿Un cambio de ciclo, una nueva época?

– Ahora sólo podemos vender lo que producimos, antes producíamos lo que podíamos vender. Producíamos en función del mercado, ahora si no producimos más de 45 millones de metros cúbicos por día se cortan los mercados de Brasil, de Argentina y también el mercado interno. Una señal muy importante de la nueva época es que, hace unos días, YPFB disminuyó el suministro de gas a las termoeléctricas. Ya no hay suficiente gas para generar energía. Y esto es también bueno. En lugar de generar energía con el gas, hagámoslo con el sol, con el viento o con el agua. Es decir, con recursos naturales renovables.

– Hay un giro mundial en lo referido a la energía. ¿Cómo considera que debe proyectarse Bolivia en esta coyuntura, dados también sus reconocidos potenciales en cuanto a energías alternativas?

– Lo primero es asimilar que la época del gas está en declinación. No va a morir mañana o pasado mañana, pero ya pertenece al pasado la bonanza del gas. Entonces, frente a eso hay que inventar algo nuevo. Ese algo nuevo ya no será vivir del gas, sino vivir de la energía. Tenemos posibilidades tremendas de vivir de la energía eléctrica a partir del sol. El altiplano es un paraíso solar. Tenemos posibilidades mucho más grandes que las alcanzadas hasta ahora de producir energía hidroeléctrica. Y no con megarrepresas que traen más daño que beneficio, sino con represas medianas, multifacéticas, que sirvan para agua potable, riego y energía eléctrica. 

Ahora, esa transformación tiene consecuencias. La principal es que el Tesoro General de la Nación no tendrá los grandes recursos de la renta petrolera, de la cual hemos vivido. Entonces, es también una transformación económica y hasta una transformación filosófica de la nación. Ya basta de rentismo, ya tenemos que valernos por nosotros mismos. Nuestra riqueza debe venir de utilizar los recursos que tenemos en abundancia para transformar, industrializar, producir toda clase de bienes. Esas actividades no van a reemplazar la renta petrolera, pero van a reemplazar una serie de ingresos que el Estado necesita ir redimensionando un poco sus actividades.

– ¿Se puede aprovechar algo de lo hecho con el litio y los 900 millones de dólares que se invirtieron en ello para esa transición?

– Lo único bueno que se podría sacar de esa experiencia es no cometer los mismos errores. Si había una manera de hacer mal las cosas con el litio, esa manera fue llevada a cabo por el gobierno del MAS. Apenas obtuvieron carbonato de litio de baja calidad. Ahí también hace falta un cambio de chip. Esas empresas improvisadas del Estado no nos van a llevar a nada bueno.

Debemos ser humildes para reconocer nuestras limitaciones y dignos para negociar en las mejores condiciones posibles con quienes saben del negocio. Se rechazó toda posibilidad de asociarnos con los que sabían. El resultado fue entregar la empresa a diletantes que la llevaron a una pérdida astronómica.

– ¿Y la industrialización del gas con la planta de urea y su anunciada reactivación?

– Si se quiere recuperar algo del ideal que teníamos con esta industrialización, primero tiene que estar en manos de personal técnico y no político. Segundo, debe haber una planificación de mercado que busque contratos  con Brasil. Luego, una reducción de precios, que no estemos reparando cada mes la planta, por ejemplo, o reducir el precio del transporte a través del ferrocarril Bulo Bulo-Montero.

Todos esos factores más la, ya dudosa, certeza de tener provisión estable de gas nos daría la esperanza de que pueda ser rentable. Eso a pesar de todos los horrores que se han hecho con esta planta de Bulo Bulo.

– ¿Qué esperanzas tiene en que nuestros operadores políticos puedan avanzar hacia esa renovación de nuestras bases económicas y otros cambios urgentes?

– La realidad que vive el país no es la mejor. Urge mejorar la justicia, algo fundamental en todos los campos, incluido el de la atracción de capitales que Bolivia necesita para diversos proyectos clave.

También urge un proceso de reconciliación. Hay responsabilidad de todos en lo que ha pasado, pero hay una responsabilidad diferenciada donde algunos tienen más culpa que otros. Y un proceso de reconciliación empieza por reconocer la parte de culpa que cada uno tiene. Ese es el punto de partida y de acercamiento a los demás, y decir: “Miremos hacia adelante”.

La situación del país es complicada y se requiere el concurso de todos. Pero lo que se está haciendo es dividir más al país. Se busca separar, desde ambos bandos, diciendo, cada uno, que son los buenos y los otros los malos. Si no se supera esa mentalidad, puede ser que un grupo político prevalezca sobre otro, pero el país será quien pierda.

Por Jesus

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