A medida que los criptoactivos ganan terreno, los reguladores tienen que intervenir. Los criptoactivos abren un nuevo gran abanico de oportunidades: pagos rápidos y fáciles. Servicios financieros innovadores. Acceso inclusivo para partes del mundo previamente “desbancarizadas”. Todo esto ha sido posible gracias al ecosistema de criptoactivos.

Pero las oportunidades traen consigo desafíos y riesgos. En el último Informe sobre la estabilidad financiera mundial (informe GFSR), el Fondo Monetario Internacional (FMI) describe los riesgos que plantea el ecosistema de criptoactivos y se ofrecen opciones de políticas para ayudar a navegar estos mares ignotos.

El ecosistema de criptoactivos: ¿Qué es y cuáles son los riesgos?

El valor total de mercado de todos los criptoactivos superó los $us 2 billones en septiembre de 2021, es decir, se ha multiplicado por 10 desde comienzos de 2020. También está surgiendo todo un ecosistema rebosante de bolsas, billeteras, mineros de criptomonedas y emisores de criptomonedas estables.

Muchas de estas entidades no cuentan con prácticas sólidas de operación, gestión de gobierno y riesgo. Las bolsas de criptoactivos, por ejemplo, han sufrido importantes perturbaciones durante períodos de turbulencia en los mercados. También se han registrado varios sonados casos de robo de fondos de clientes perpetrados por ciberpiratas. Hasta ahora estos incidentes no han repercutido de forma notable en la estabilidad financiera. No obstante, conforme vayan ganando aceptación, los criptoactivos adquirirán mayor importancia en vista de sus posibles implicaciones para la economía más amplia.

Los riesgos de protección de los consumidores siguen siendo considerables dados los limitados o inadecuados requisitos de información y supervisión. Por ejemplo, más de 16.000 vales o tokens han sido cotizados en varias bolsas y en la actualidad existen alrededor de 9.000, mientras que en cierta forma el resto han desparecido. Por ejemplo, muchos de ellos carecen de volúmenes, o sus creadores han abandonado el proyecto. Algunos probablemente fueron creados exclusivamente para fines especulativos, o directamente para cometer fraude.

El (pseudo) anonimato de los criptoactivos también crea deficiencias de datos para los reguladores y puede presentar oportunidades perversas para el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo. Si bien las autoridades pueden estar en condiciones de rastrear las transacciones ilícitas, es posible que no puedan identificar las partes de las transacciones. Además, el ecosistema de criptoactivos está vinculado a diferentes marcos regulatorios en los diferentes países, lo cual complica la coordinación. Por ejemplo, la mayoría de las transacciones en bolsas de criptoactivos se llevan a cabo entre entidades que operan principalmente en centros financieros extraterritoriales, u offshore. Esto hace que la supervisión y la verificación del cumplimiento de regulaciones sean, no solo difíciles, sino prácticamente imposibles si no hay colaboración internacional.

Las criptomonedas estables —que procuran anclar su valor por lo general al del dólar de EEUU— también están creciendo a un ritmo vertiginoso, y su oferta se cuadriplicó a lo largo de 2021, hasta alcanzar los $us 120.000 millones. No obstante, el término “criptomoneda estable” abarca un muy diverso grupo de criptoactivos y puede ser engañoso. Dada la composición de sus reservas, algunas criptomonedas estables podrían estar sujetas a situaciones de pánico, que repercutirían en el sistema financiero. Tales situaciones podrían obedecer a inquietudes de los inversionistas acerca de la calidad de sus reservas o la velocidad a la que sus reservas pueden liquidarse para hacer frente a posibles rescates.

Fuente El Deber

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