Rubén Quiroz lleva adelante una fundación que apoya a chicos en riesgo social; su proyecto para este año consiste en rescatar a niños en situación de calle y darles un hogar

Rubén Quiroz tenía 12 años cuando decidió escapar de su casa, en Potosí. Primero se fue a Sucre y después, escondido en una canasta de verduras, llegó a Santa Cruz. Se quedó en la zona de El Abasto porque ahí llegaban los camiones con verduras y empezó a frecuentar a otros niños que, como él, no tenían casa.

“Era un niño de la calle, sucio, descalzo. Me rechazaban por eso; algunos pensaban que les iba a robar”, recuerda Rubén. Eso ocurrió en 1994, cuando Bolivia clasificó al mundial de fútbol. Rubén lo sabe bien porque, la noche en la que el equipo verde festejaba, él huyó de su casa.

Dos años pasó viviendo en las calles; como era pequeño le era más fácil conseguir comida, que alguien le invitara, cuenta. Pero al cabo de ese tiempo, la hermana Charo, del hogar Maranatha se acercó a su grupo, con ropa y alimentos y los invitaron al hogar. Rubén y tres chicos más aceptaron. Se fueron a la casa que estaba en el kilómetro 90 de la antigua carretera a Cochabamba. Después el hogar se trasladó al kilómetro 14. Rubén se quedó hasta que pudo ir a la universidad, con una beca.

El hogar ya no existe, dejó de hacerlo cuando su fundadora falleció, cuenta Rubén. Pero él junto a otros chicos decidieron ayudar a chicos en situación de calle o que atravesaran dificultades. Por eso crearon la Fundación Mi Casa, en 2006, aunque fue en 2016 cuando consiguieron la personería jurídica.

La fundación actualmente trabaja con 40 niños y adolescentes, entre dos y 16 años; funciona en el Plan 3.000, por la zona conocida como El Gallito. Son chicos en situación de riesgo social; es decir, que tienen una familia disfuncional, o solo viven con la mamá, o solo con el papá, o enfrentan padres que padecen alcoholismo, entre otros problemas.

Rubén recuerda que cuando vivía en la calle, pensaba que, al ser adulto, quería ayudar a otros niños como él. “En mi corazón está ayudar a los niños”, confiesa. Hoy dice que debe ser agradecido y, por eso, tiene en mente un nuevo proyecto para este año: rescatar niños de hasta 12 o 14 años, que están en situación de calle.

Para ello necesita apoyo económico y una casa para llevar a los niños. Cuenta que ha entrado en contacto con el Ministro de Gobierno y que, la próxima semana, gente de su avanzada irá a conocer la fundación; es probable, que a mediados de mes, el mismo ministro lo visite y él pueda pedirle apoyo, personalmente.

Rubén está emocionado; quisiera que el Gobierno le pudiera dar una casa por Los Pozos, que él conoce, es una casa confiscada; en esa casa podría recibir las donaciones, porque mucha gente, que quiere ayudarlos, se corre de hacerlo debido a que el hogar está en una zona alejada.

También sueña con un vehículo, porque podría llevar a los niños de la fundación al colegio o usarlo cuando hay una emergencia; pero también sería muy útil cuando tiene que recoger donaciones, como las que les hacen los ingenios azucareros. Rubén lamenta que ahora no pueda recoger mucho, porque el transporte les cobra por quintales que llevan.

Desde 2006 a través de Mi Casa atienden un comedor para los niños en riesgo social. Antes de la pandemia el grupo llegaba a 50, pero el apoyo económico y en especie que recibían ha disminuido, comenta Catherine Sandóval, una de las responsables y esposa de Rubén. También la pandemia ha ocasionado que el comedor que atendían tenga un servicio irregular, pues no quieren arriesgar a los niños y adolescentes. Por eso han buscado nuevas formas de apoyarlos y cada semana les entregan víveres para que puedan cocinar en sus casas.

Todo lo que Rubén aprendió en el hogar que lo cobijó después de salir de las calles, lo aplica en la fundación. Por eso les enseñó a hacer pan. La panadería que tiene Mi Casa, por el momento hornea solo para el consumo de los chicos, pero Catherine cuenta que está en proyecto hacer de la panadería una forma de generar ingresos económicos para que la fundación sea autosostenible.

Mientras tanto, la venta de artesanías en madera les ayuda a solventar algunos gastos. Esas artesanías son elaboradas por los mismos chicos. Sí, también Rubén compartió con ellos lo que había aprendido. Los más pequeños lijan la madera, mientras que, los que les siguen en edad hacen los dibujos y el pirograbado.

En Mi Casa cuentan con un coro, los niños cantan en muchos idiomas, hasta en quecha, aymara y guaraní, dice Rubén. “Eso lo aprendí en el hogar en el que estaba, y es algo que los niños deben saber”, expresa.

Catherine manifiesta que hay familias numerosas, cuyos hijos acuden a la fundación. Menciona familias con 12 y 14 hijos, los que han estado en Mi Casa, aunque no simultáneamente, pues los mayores ya superan la edad en la que pueden ser apoyados, e incluyo ahora ya tienen sus propios hijos.

No todos los niños que acuden a Mi Casa cuentan con documentos de identidad, lo que se convierte en un problema a la hora de la escolaridad y, ahora, además, para recibir las vacunas contra el coronavirus. Pese a que la fundación consiguió una abogada que puede ayudarles con los trámites para que los niños tengan documentos de identidad, todavía no logran que todos los chicos obtengan estos papeles.

Catherine cuenta cómo buscan la manera de ayudarlos; en algunos casos han conseguido almas caritativas que les pagan un colegio privado, que no siempre les exige un documento de identidad, como lo hacen los colegios fiscales; pero la solución no es completa. Esto porque, a veces, los benefactores pagan algunas cuotas y se olvidan después; o tienen dificultades económicas y ya no pueden apoyarles; pero también ocurre que los niños se duermen, llegan tarde y no los dejan entrar a clase, o dejan de asistir por diferentes motivos.

Mi Casa los sigue ayudando, compra el material escolar, incluso, como narra Catherine, en muchas ocasiones van hasta las casas de los niños para despertarlos y llevarlos al colegio. Pero no se puede hacer esa gestión a diario, porque los chicos son bastantes.

“A veces ambos papás trabajan y no pueden atender a sus hijos, cuidado que delegan a los hijos mayores; otras veces, hay papás que beben y mamás que trabajan y todo es más complicado”, lamenta Catherine.

Rubén abandonó la universidad, pero no se arrepiente; priorizó la fundación en la que trabaja todos los días, sin domingos ni feriados. Siempre está buscando la forma de ayudar a los chicos y conseguir apoyo de amigos y de empresas que puedan aportarles, ya sea de manera económica, o en especie. En el último tiempo le han pedido que tenga un documento de impuestos, no precisa cuál, pero que las empresas le han dicho que es indispensable para que puedan continuar apoyándolos. Rubén está haciendo las gestiones para contar con ese certificado y así asegurar la continuidad de Mi Casa.

Según ha investigado los niños en situación de calle son alrededor de 1.200 en la ciudad. “Hay unos 25 en la avenida San Aurelio y segundo anillo; unos 20 por el Cine Center, unos 20 por la Mutualista”, dice.

Y, ¿por qué huyen los niños? Rubén dice que la mayoría o no tienen papá o sus padres están separados; sufren violencia familiar, y por eso deciden escapar. Él confía en que sabe cómo llegar a ellos, cómo hacer que confíen en él.

“Tengo fe y paciencia”, dice y manifiesta que ha sido bendecido con una familia propia, con una esposa y dos hijos, los que son gemelos.

El sueño de Rubén, de ayudar a otros niños, es una realidad que viene viviendo desde hace 15 años, pero solo estará completa cuando pueda ‘recoger’, como él dice, a los niños que están en situación de calle, como él lo estuvo alguna vez.

Fundación Mi Casa puede ser contactada a través del número 771-64805.

Por Juan de Dios Peña Gomez

Gerente Administrador de Taxi-Noticias

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