Camilo Cáceres Infante

La Rucia flota en el Mapocho, busca a su hermano, el Indio, lleva las cenizas de su madre. Fausto escribe. Son los personajes de Mapocho, los habitantes de un Santiago, donde la muerte es mentira y los secretos locales se destapan con ficción.

“Dicen que los muertos todavía gimen. Dicen que nunca dejarán de hacerlo. Flotarán en el río y aullarán tan fuerte como puedan. Dicen que por culpa de los muertos el diablo jamás entrará al cielo. Dicen. Eso dicen.”

El territorio

La Casa es larga como culebra, como río, el país también. Estas son aproximaciones al territorio de la novela que homologan los espacios privados y públicos en la figura torrentosa del Mapocho y en el misterio escamoso de las sierpes. El uróboros, símbolo ancestral de la serpiente que se devora a sí misma, se hace presente en un ciclo de muerte que se repite en la historia del país, en la ribera del río. A la Rucia le cuesta recordar donde queda la Casa, la morada de su niñez, pero la ubicación estratégica del “poto de la virgen” en lo alto del cerro San Cristóbal le da una referencia de cercanía que le permite seguir buscando. La abuela, santa de los tejados del barrio, le había dado esa seña para que la recordase en caso de perderse. Después de años de vivir en el viejo continente, la Rucia recurre al recuerdo de su abuela para guiarse en la ciudad que no reconoce.

La casa y el estado se homologan en la metáfora del dictador Ibáñez, donde cada cuarto representa un segmento social, las sirvientas, los obreros, las locas; la nación es como una gran familia que vive en la misma casa.

“El diablo Ibáñez las va a sacar a dar una vuelta, chiquillas” dice un verso de la canción La calavera amarilla de Juan Ayala. En esta canción del fundador de Juana Fe podemos ver como la actualización de la historia referida por Nona Fernández ronda el barrio la Chimba. Todo el disco Con los pies en el barrio del cantautor gira en torno al barrio que hay más allá del río, la historia de los pobladores y la identidad territorial.

En Manifiesto, hablo por mi diferencia, Pedro Lemebel también menciona el tren con que Ibáñez se deshizo de los homosexuales:

“Nos meterán en algún tren de ninguna parte

Como en el barco del general Ibáñez

Donde aprendimos a nadar

Pero ninguno llegó a la costa

Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas

Por eso las casas de caramba

Le brindaron una lágrima negra

A los colizas comidos por las jaibas

Ese año que la Comisión de Derechos Humanos no recuerda”

(Lemebel)

Y el líder militar travestido, niega todo ante sus soldados, manda a apresar y desaparecer a quienes le permitieron cantar a Gardel envuelto en una bufanda de colores, montado en tacones, perfumado como “una loca más”, y así continúa con su labor de “limpiar” el país. En el presente de la novela se escucha el tren de los homosexuales partir todos los días, como un uróboros sombrío que no termina de devorarse.

También hay relación con la novela El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, por el barrio la Chimba, ya que en él se ubica la casa de ejercicios espirituales de la encarnación de la Chimba, que termina siendo el hogar donde las familias adineradas se deshacen de las sirvientas que le dedicaron su vida a servirlos. Además, el nombre del escritor repetido en los lomos de los libros en las estanterías y el escritor —Humberto Peñaloza— obsesionado con tener todas las copias de sus ediciones; son motivos presentes en ambas obras. En Mapocho, Fausto tiene las estanterías de su departamento en lo más alto de la torre de vidrio llenas de las ediciones de su Historia de Chile, en sus múltiples variedades.

Hay, también, un tratamiento a la otredad de la Chimba, pues el otro lado del Mapocho es casi un Santiago diferente, una ciudad pobre desde donde se ve el trasero de la virgen del San Cristóbal. El Santiago escindido por el río que debe ser conectado por un puente de un millón de claras de huevos, unión realizada por el Diablo mismo, habitante de la Chimba. Un puente caído que retorna como Leviatán, cataclismo, fin.

El entredicho

Lo que dicen los espacios y lo que se deja ver entre las palabras e historias que refieren las gentes que habitan estos espacios, tienen a su vez un papel relevante en Mapocho. “La orfandad del rumor es la que permite que cualquier sujeto (enunciador en potencia), imprima sus huellas en él. Es así como Nona Fernández se apropia del eso dicen y lo emplea como una palanca desconstructiva que raja las sangrías y arranca la puntuación inscripta en la Historia de Chile”, señala Cristián Opazo. El rumor, el entredicho, son huachos —hijos de padres anónimos— que recorren Mapocho cobrando fuerza. Dicen que Ibáñez entró a la pieza de los homosexuales, dicen que el Diablo vivió en la Chimba, dicen que Pedro de Valdivia abusó de Lautaro. José Donoso sitúa a las autoras del dicen en “las viejas”, ellas son las que repiten el viejo juego de palabras dicen, dicen, quiénes dicen, que arrastra el rumor de la maldición heredada, la formación de la identidad de la nación adquirida a través del rumor no oficial.

“Lo chupaba entero y el mapuche aceptaba en silencio cada nueva embestida de la lengua española”.

Dicen que el Padre fundador fue gay, violador, débil ante el deseo que es su causa de muerte. Pedro de Valdivia es seducido por el cuerpo del joven Lautaro y se acerca a él en las caballerizas al anochecer, lo toma como Neruda toma a las mujeres, silenciosamente. Luego Lautaro se rebela, organiza a los mapuches y le parten la cabeza al conquistador. Fausto escribe esta historia y la rechaza, dejándola fuera de la historia oficial que formará parte de los volúmenes almacenados en sus estantes.

“Crees que no sé, pero lo sé todo. Cómo no saberlo si somos parte de la misma carne, venimos del mismo ombligo. Tu mano es mi mano. Soy yo la que te está tocando. Tu mano es mi boca”.

Entre lo que la Madre no dice está la relación incestuosa de la Rucia y el Indio. Los dedos cortados que crecen en un macetero le recuerdan a la Rucia el poder censurador de la Madre en su vida. La relación —la tensión sexual— es necesaria en cuanto hace obvia la dualidad de la conformación de la nación chilena, una Rucia que representa el lado europeo de la herencia y un Indio que personifica la herencia indígena de este pueblo mestizo, por lo tanto la historia de ellos es la historia de toda la nación, un incesto tácito en el continente de los huachos donde todos son parientes de todos (nadie puede estar seguro de lo contrario) y como huachos que son no heredan historia porque, como los rumores, nadie sabe de dónde vienen. Sólo se puede saber a través de lo que se dice, y en este caso la nación se ha preocupado de que quién diga sea Fausto, voz oficial de la historia como debe ser dicha. Fausto el padre ausente, la voz del estado, otro Ambrosio O’Higgins enviando dinero para su progenie.

Lo fantástico

“Nací maldita”. Ésta es la primera oración de la novela. El poder de la palabra para cargar de significación la vida de la Rucia está presente desde la primera enunciación que se hace en Mapocho. Carga con un destino, un agon superior a ella.

Es que lo fantástico en el lenguaje recorre Mapocho desde sus primeras líneas. Continúa así: “Desde la concha de mi madre hasta el cajón en el que ahora descanso”. La Rucia, ya muerta, nos comienza a contar su historia, haciendo justicia al epígrafe de La amortajada de María Luisa Bombal, anhelando el descanso y la comprensión de lo que sucedió en vida. Después de su accidente la Rucia, a la deriva, quiere también la segunda muerte: la muerte de los muertos. Este territorio fantástico de enunciación post mortem tan presente en la literatura latino americana se actualiza en Nona Fernández. Los muertos piensan, sienten, interactúan con el mundo de los vivos porque “la muerte es mentira”, al igual que la muerte del padre del Indio y la Rucia.

Dios toca el kultrun para crear el mundo. La luz se hace cuando sus labios emiten la primera palabra. Es un dios que tiene cuerpo —labios, manos— y costumbres indígenas. Luego el padre reversiona una historia de Eduardo Galeano en que la humanidad nace de una piñata, y los seres humanos sueñan un dios que sueña a los hombres. Fausto encanta así a los niños del Barrio, con historias, con el poder de su palabra. Por algo es un mago. Su palabra fantástica es capaz de modificar la realidad.

“La patria, hija de un huacho. La patria, una huacha más”.

El padre es mago (prestidigitador), contador de historias (de Chile), quemado (mentira). Fausto el historiador no es el mismo Fausto que vende su alma al diablo en la historia de Goethe, más bien es un anciano al borde del suicidio, encerrado en la soledad y en la resignación de enviar dinero a la mujer ausente, encerrado en la Historia de Chile que escribió por encargo, aceptando la censura de aquellos que le pagan el sueldo. Aceptando la vivienda en la punta de la torre de cristal que se erigió donde fueron quemados los pobladores y los que jugaban a la pelota. En cierta forma vendió su alma al diablo, su alma de novelista, cedió su voz creativa para hacer un trabajo investigativo revisado al dedillo por “ellos”, los censuradores a los que rinde cuentas, los editores de la nación. La maldición fantástica que se arrastra desde la colonia se hace presente en los descabezados a caballo que piden al historiador que haga justicia a sus historias. De esa muerte, de lanzarse al vacío, sólo lo salva el Indio, su propio hijo (muerto). La condena de la conquista es también referida en las palabras previas de la autora, “Hechizo de mierda” es el nombre del prefacio donde Fernández aventura la existencia de una causa fantástica para el fracaso de la copia feliz del Edén.

Hay un constante cambio de narrador. De tú a yo, a ella. Cambia la persona de la enunciación párrafo a párrafo, de omnipresente a personaje, a testigo, con conocimiento parcial o completo. Narra la Rucia su propia historia sabiendo que está muerta y sabiendo que no sabe que está muerta. Narra el Indio, narra su padre, narra “Nona” omnipresente-ordenadora. Como cruzar el río y cambiar de ciudad, Mapocho atraviesa las narrativas de manera similar a quien recorre las habitaciones de una casa y replica lo que ve en cada cuarto: niños, trabajadores, madres, futbolistas, abuelas rodeadas de gatos, etc. Todo está inscrito en el Barrio y escrito en la novela.

El territorio del entredicho fantástico

Vimos cómo estos tres niveles de la narrativa en Mapocho se entrelazan para dar cuenta de una concepción del espacio donde todo lo real no es sólo lo que ven los ojos, los espacios guardan significaciones mantenidas en la tradición de la oralidad por figuras anónimas. Las muertes y matanzas se repiten de manera cíclica alrededor del río, pero los muertos no descansan ni dejan de existir porque tienen otra historia de Chile que contar. Y el Mapocho no es el río “río moreno” que divide Santiago. Es el Mapocho arrastrando cadáveres, crímenes de estado que forjaron (“limpiaron”) la identidad nacional. Aquí nadie ha barrido bajo la alfombra, simplemente echaron los cuerpos a la corriente. Y los muertos recordaron su vida mientras fluían hacia el mar.

Por Jesus

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