// Texto: Alicia Cortés Soruco

Fotos: Andres Mac Lean, Diego Nahuel, Kev Aleman, Daniel Coimbra y Pablo OH //

Ha pasado exactamente un año, un mes y dos semanas desde que Una Gran Nación inició su funcionamiento. Empezamos como todos lo hacen: un grupo pequeño de soñadores, de personas amantes de su tierra que estaban cansados de verla olvidada y desdeñada por todos. Desde el escritorio de concepto hasta las Redes Sociales, pasando por nuestros amigos, colaboradores y familiares, Una Gran Nación se ha expandido a más de 20 mil personas en el curso de este tiempo. 

Incluso con todas las dificultades que existieron, el equipo ha tenido la oportunidad de viajar a las ciudades, campos y terrenos más bellos que el país ofrece. Desde altos e imponentes picos nevados hasta los suaves y verdes pastizales del valle. Hemos visto hojas de palma tan grandes como un ser humano y mariposas tan pequeñas como una uña. Hemos surcado las nubes y nos hemos adentrado en las entrañas de la piedra. Aventuras que habíamos soñado, pero que nunca pensábamos que lograríamos. 

Pero hay una cosa que resaltó por sobre todas las demás. En todas estas locaciones, nos encontramos con personas. Todas distintas y únicas, especiales en su modo de ser y pensar. Distintas, variadas y diversas. Hemos escuchado la dulce cadencia del aimara y el quechua, los tonos cálidos del guaraní y la familiaridad del español. Pero entre las diferencias, encontramos una igualdad: todos ellos son nuestros compatriotas. Todos somos bolivianos. 

Tal vez esto le parezca una obviedad al lector, pero nos ha hecho ver que el boliviano puede ser distinto en todos los aspectos, excepto en el orgullo que corre por sus venas; en ese fiero amor por su tierra, por su hogar. Esa…es una constante. En nuestros viajes, no hemos encontrado una persona que mire de arriba a su país, que no lo considere su raíz. ¿Por qué nos sorprende? Porque, en un inicio, partimos con el corazón apesadumbrado, pensando que nos encontraríamos con un paisaje humano desolado, sin amor por Bolivia. Pero hemos aprendido nuestra lección. 

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Yunga Pampa, en Cochabamba, esconde hermosas y cristalinas lagunas.

Aprendimos que el ser humano y la tierra están conectados por mucho más que una simple necesidad. Que el cielo del atardecer puede tocar más corazones de los que pensábamos y que las brisas de nuestra tierra les susurran a todos sus habitantes. Que hay un sentimiento inescapable entre nosotros, que nos ata a Bolivia, estemos donde estemos, atrayéndonos una vez más a su belleza y valor. 

Ha sido un año de aprender, observar y desarrollarnos. Hoy, podemos decir que nuestra misión queda aún más clara y que nuestras ganas de mostrar Bolivia no han hecho nada más que crecer. Y deseamos que cada vez más personas reconozcan este sentimiento, se dejen llevar por él y nos ayuden a elevar la imagen de nuestro país. 

Sabemos que todavía es pronto, que quedan muchas situaciones por pasar y que hay problemas presentes, pero queremos recapitular aquellos destinos, lugares y paisajes que cada día nos han impulsado a seguir el camino:

Hay un sendero delgado hacia el Tunari, en Cochabamba, que lleva hacia las altas lagunas de la montaña. Caminando entre los árboles plateados, UGN ha descubierto el valor de la paz, de las hojas susurrantes en el silencio tranquilo que los troncos nos ofrecen. Los colores parecen irse a dormir y todo toma un tono pastel. Hasta hoy, no hemos encontrado algo más pacífico que ese pequeño rincón. 

Por otro lado, nos ha tocado pasear por la selva chiquitana, donde el silencio no existe, rebosante de vida. Aquí, Una Gran Nación ha contemplado, por primera vez, lo que significa ser parte de un sistema natural. Nada se compara a pararse en la selva y saber que no somos importantes, que a la naturaleza no podríamos serle más indiferentes y es capaz de seguir su camino sin nosotros. Sentir respeto y amor al mismo tiempo. 

Las cumbres bolivianas nos han permitido caminar por sus nieves, darnos un vistazo de lo que realmente es poder. Porque no hay fuerza en el mundo que se compare a la del viento, la nieve y la piedra cuando trabajan juntos. Impenetrables y drásticas, nuestras montañas nos recuerdan que siempre estamos protegidos. 

Los vientos de las tierras altas, que conocen el agua y la sal, nos hablan del pasado y del futuro. Nos cuentan historias. Y Una Gran Nación ha aprendido a escuchar con atención. Es de ellos de quienes hemos comprendido que Bolivia no es una sola, si no que es miles y miles de identidades juntas, unidas por la grandeza que crean. 

Hoy, después de un año de nuestra creación, UGN recuerda sus lecciones. Y comprendemos que somos parte de algo más grande, de un mundo único, de paisajes inigualables y perfectos espacios. 

Entendemos, hoy más que nunca, que somos parte de Bolivia, Una Gran Nación.

Por Jesus

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