Hace ya tres lustros, el destacado profesor Jaime Escalante lamentaba que todas las reformas educativas que había conocido en Bolivia hubiesen fracasado de principio. Varias de las expresiones de aquella entrevista que concedió a OH! parecieron pesar con especial énfasis en los siguientes años, incluido el crítico 2020. 

Escalante señalaba entonces: “Recuerdo que la reforma del MNR sólo sirvió para cambiar la escala de calificaciones (…). Las reformas tienen que ser para mejorar, no para retroceder 500 años. Hablar mucho de pueblos originarios no nos va a conducir a nada. Tenemos que estar un poco más actualizados de acuerdo a la corriente tecnológica mundial. Hay que enseñarles a los alumnos a que sepan estudiar para pasar de curso. Hoy no están preparados y se ve cuando dan exámenes de ingreso a las universidades, y no pueden, recurren a crucificarse o hacer huelga de hambre. Entonces no hay calidad de educación”.

Nulo eco hubo en quienes para entonces trabajaban la última reforma educativa. Incluso algunos de los responsables del proyecto se negaron a aceptar que Escalante dé unas charlas en medio de los encuentros educativos. Un dirigente del magisterio declaró: “Qué nos va a poder enseñar alguien nacido en Bolivia, pero con cerebro de gringo”. El proyecto siguió bajo la idea de las reivindicaciones históricas y los 500 años de colonización. Los problemas empezaron a encadenarse paulatinamente en los siguientes años.

En 2012, por ejemplo, una investigación del Centro Boliviano de Investigación y Acción Educativa (Cebiae) detectó una falla sustancial en el occidente boliviano. Reveló que el 56 por ciento de los estudiantes paceños que ingresaban a secundaria no comprendía lo que leía. Ese mismo año, otro dato conmocionó a los pedagogos cruceños: ningún alumno de 325 colegios de Santa Cruz aprobó la prueba de suficiencia académica (PSA) de ingreso a la Universidad Gabriel René Moreno. En aquellos exámenes participaron bachilleres de 834 establecimientos educativos. Sólo 56 colegios lograron que más del 50 por ciento de sus estudiantes aprobaran la PSA.

  • Aplazo “capitalista”

En La Paz, el año 2016, varios grupos de alumnos fueron sometidos experimentalmente a la célebre Prueba Internacional de Suficiencia Académica (PISA). Los resultados que obtuvieron alcanzaron solo a la mitad del promedio internacional. Bajo esa referencia, si Bolivia participase de los test PISA, sería el último clasificado. Los promedios en las pruebas de las destrezas básicas eran inferiores, en 30 por ciento, a los del país colero, en ese año, República Dominicana. Valga añadir que las autoridades educativas se negaron reiterativamente a participar en las pruebas PISA. Señalaron que estaban organizadas bajo una óptica capitalista.  

En la educación superior tampoco las cosas han resultado alentadoras. En las diversas clasificaciones mundiales ninguna universidad boliviana se ubica, siquiera, entre las consideradas mejores 3.800 del planeta. En la tabla webometrics del año 2020, por ejemplo, sólo la Universidad Mayor de San Andrés (3.857) no está más allá del puesto 4.100. Sólo nueve de las mejores universidades bolivianas no están más atrás del puesto 10.100. 

Así estaban las cosas, y un día, para colmo, cayó una especie de bomba que virtualmente repartió más problemas sobre el sistema educativo boliviano. Se impuso un confinamiento que forzaba a todos los docentes y estudiantes a adaptarse a la modalidad de educación virtual. Una modalidad que debió implementarse en tiempo récord y casi al azar debido a la escasa experiencia. Era tal el extremo que, para variar, la educación virtual había sido prohibida en los institutos bolivianos tres años antes con dos sendas resoluciones ministeriales.

  • Testimonios

Así, de repente, niños y adolescentes que mal asimilaban las destrezas básicas y universitarios que lidiaban con una devaluada formación enfrentaban otra traba. Las aulas se transformaron en pantallas de tamaños y capacidades acordes al bolsillo de los padres. Miles de profesores se vieron desorientados frente a otras pantallas, sin referencia metodológica. Los responsables de las instituciones educativas empezaron a buscar plataformas digitales para reorganizar cuanto antes sus actividades. A las autoridades de dos gobiernos les cayó la responsabilidad de frenar el caos y poner un mínimo de orden.       

 “Llegó el caos virtual a nuestra ya compleja vida ‘encuarentenada’, no sólo a la educación boliviana –dice César, un padre de dos estudiantes preadolescentes–. Teníamos una laptop, más o menos actual y en buenas condiciones; otra, muy viejita y limitada, más dos celulares. Mi esposa es psicóloga y yo ingeniero civil. Los cuatro estábamos obligados a intercambiar equipos, según prioridades y horarios. Encima pasábamos por importantes dificultades económicas. ¡Cómo habrá sufrido la gente de recursos más escasos!”.

Ellos tuvieron la suerte de pagar un colegio de los más caros en La Paz. La institución reaccionó con eficiencia en la habilitación de la plataforma y la organización de las clases. César señala que sólo dos de los docentes no supieron adaptarse al nuevo sistema, pero en otros casos, las dificultades se multiplicaron hasta el abandono.

“El colegio de mi hijo mayor pertenece a una sociedad de copropietarios de un gran condominio en el que vivimos –dice Daniel, un funcionario público–. Primero, cambiaron de plataforma de una a otra durante semanas. Luego, había muchos problemas con las clases, no eran claras. Una gran mayoría de los padres, retiramos a nuestros hijos, apenas hubo la aprobación automática de año o poco después, entre junio y julio. Nadie llegó a septiembre”.

En las universidades, especialmente las estatales, el caos hasta fue sinónimo de abusos e incomprensión. “Una de las catedráticas se enojaba con los compañeros que no tenían equipos o conexiones en buen estado –dice Marianela, alumna de la Universidad Gabriel René Moreno–. No aceptaba explicaciones, les decía que si no tenían una máquina mejor no los tomaría en cuenta. Varios docentes cambiaban los horarios a su antojo o desaparecían hasta dos semanas seguidas y luego anunciaban por WhatsApp que habría clases”.

Marianela comenta que un excompañero de colegio, en La Paz, pasó clases desde las 2:00 hasta las 6:00 a exigencias de un catedrático. Sucedió en los vestibulares de medicina de la Universidad Mayor de San Andrés. En todos los niveles no faltaron los docentes que mordieron el polvo de la desactualización. Evidenciaron que sus alumnos dominaban las herramientas cibernéticas mientras ellos tecleaban dubitativamente los comandos.

Esa diferencia también derivó en ciberproblemas de conducta difícilmente controlables. Sucedió especialmente en las universidades. Las fuentes consultadas comentaron cómo los alumnos introdujeron virus que convulsionaban las cibersalas o aparecieron hackers rayoneando las pantallas, entre otros atentados a clases o exámenes. La asistencia, la atención y los pruebas también se complejizaron. “Lo que más pesa es cómo se crean muchas distancias y susceptibilidades, y con ello se improvisan soluciones”, dice Marianela.                   

  • Profesores excepcionales

No faltaron las excepciones. Profesores y establecimientos que supieron adaptarse a los nuevos tiempos con voluntad, ubicación y creatividad. Es el caso de Jorge Villarroel, docente de artes plásticas del colegio San Ignacio en La Paz. Fue noticia internacional al saberse que recurrió a disfrazarse de superhéroe ante la pantalla para captar la atención de sus alumnos. En Aiquile, Wilfredo Negrete optó por acercarse a las casas de sus pupilos en una bicicleta con un remolque donde cargaba su pizarra. Ana Jordán, en La Paz, creó un singular sistema de grabaciones, en base a WhatsApp, para que sus estudiantes de música aprendan instrumentos…   

Pero las excepciones confirman la dura realidad. El caos virtual que trajo la Covid-19 ya afectó, en mayor o menor medida, en un año a la educación de casi 3,5 millones de estudiantes bolivianos. Y la incertidumbre sobre cuándo la vida tendrá una nueva normalidad no se disipa aún.   

Los diversos problemas que se han desatado en esta coyuntura han generado una especie de ola de pedidos de auxilio educativo en las últimas dos semanas. Desde diversos analistas especializados en los espacios de opinión, pasando por exautoridades, hasta el presidente del Área de Educación de la Conferencia Episcopal de Bolivia, monseñor Fernando Bascopé, llamaron a una reorganización educativa urgente.    

  • Soluciones

La complementación de los sistemas educativos con la revolución digital tuvo proyectos muy bien estructurados ya hace 12 o más años en muchos países –dice el lingüista especializado en educación Alexis Solaris–. Por ejemplo, el plan Ceibal uruguayo empezó en 2008. Entonces uno de cada diez niños tenía acceso a la tecnología, pero hoy bordea el 99 por ciento de los niños uruguayos. Por eso, se adaptaron rápidamente a las medidas sanitarias, sin traumas ni caos. Y eso pasó en muchas partes, pero acá sólo hubo una parodia con las laptop quipus que no llegó a nada. Y este es el resultado”. 

Al formular soluciones los expertos llaman a asumir el desafío como una chance para dar los pasos que faltaban antes de la pandemia. “Se agravó la situación, pero también representa una oportunidad –dice la pedagoga Ana Solares–. Uno pasa 12 años de colegio, pero no sé si lo que aprendemos realmente justifican esos 12 años. Por ello, puede aprovecharse esta oportunidad, primero, para hacer más didáctica la enseñanza porque hay muchos recursos online con los que puede enseñar mejor en todo sentido”.

Según la experta, la cualificación educativa debe complementarse con el acceso a los medios tecnológicos que el Estado deberá garantizar para todos los alumnos. Difícil, pero factible. Le preocupa más otro aspecto: “Las capacidades de la escuela como institución y de los profesores como directores del proceso para procurar los aprendizajes que se debe facilitar. No se puede pretender que la educación a distancia sea una especie de réplica de la educación presencial, es un desperdicio de recursos. Se debe valorar todos los contextos para cualificar la educación. Hay que innovar, si hay voluntad, siempre se puede”.

Mientras tanto, y sin mayores cambios a la vista, el año educativo se reinició en el país. Sólo 40 por ciento de los docentes asistieron a los cursos de capacitación digital. La mayoría se quejó de lo poco comprensibles que resultaban. Las clases comenzaron según el azar que la pandemia permitía: presenciales, semipresenciales y virtuales. Salvarán mejor el año quienes puedan navegar en las redes capeando la complicada y caótica tormenta sanitaria y pedagógica boliviana.     

Por Condori Luis Pedro

Diseñador y Administrador de Noticias en la Web

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