Sara Vera

Laboratorio de periodismo UCB

Según la Asociación Internacional de Alzheimer, está enfermedad  es un tipo de demencia que causa problemas en la memoria, el pensamiento y el comportamiento. Los síntomas, generalmente, se presentan lentamente y empeoran con el tiempo, interfiriendo en las tareas cotidianas. 

Los adultos mayores con la enfermedad no sólo viven con los problemas de ésta, sino que también se enfrentan a la exclusión y al abandono por parte de sus familiares, como si el olvido fuera contagioso. Cuidar de ellos se trata de tener paciencia y responsabilidad, pero también de dar mucho amor para llenar su longevo corazón.

Como lo hace Laura (nombre ficticio), quien acompaña a su abuela Miriam (nombre ficticio) en esta enfermedad que se apodera poco a poco de los recuerdos. El padre de Laura sale a trabajar todos los días, su madre a realizar algunas compras y ella se queda a cuidar a aquel ser que un día de joven también cuidó de ella. La dulce mujer, de piel arrugada y ojos caídos, está en la sala mirando fijamente la novela de la tarde.

“Normalmente yo me quedo con ella porque mis papás salen y no la podemos dejar sola”, aclara Laura mientras mira de lejos a su abuela. Ella  perdió a su fiel compañero de vida hace dos años.

Doña Miriam es de Tarata, donde creció y envejeció junto a su esposo. Cuando la muerte llamó a su marido, la viejita de ojos caídos comenzó a confundir y olvidar ciertas cosas, entonces tuvieron que traerla a Cochabamba, para que la soledad no terminara de consumir esa vida que aún le queda. El amor que tiene a sus raíces es evidente y es lo que al parecer perdura en su mente, pero lo que pasa ahora no lo tiene muy claro.

“El otro día estábamos viendo noticias y mostraron imágenes de lo que pasó en Afganistán y mi abuelita, bien preocupada, me pregunta si eso no es en Tarata. A veces llega hasta ese punto, pero también hay días que está bien lúcida”, relata Laura. 

Mientras habla, le pasa unos palillos de tejer con una lana celeste a su abuela. “Está tejiendo estos días, la otra vez nos dijo que quería hacer un chulito para mi sobrino bebé, así que fuimos a comprar lana”, cuenta emocionada la nieta. 

Sin embargo, al preguntar para quién es el tejido, no sabe qué responder, lo que evidencia un momento de confusión. Miriam responde con la intención de que su abuela recuerde y ella con la mirada perdida afirma la respuesta. 

Tejer no le cuesta nada, la agilidad con la que mueve las manos con los palillos le da muchos años más de vida. Domina esos puntos que teje con tanta concentración, lo que por un momento pone en duda su verdadero estado mental. “A veces teje harto, ya está grande lo que hizo, y lo vuelve a deshacer, no sé por qué”, aclara Laura con una sonrisa.

Sigue distraída en el tejido y su nieta cuenta cómo algunas veces confunde a su familia, en especial a su papá. “Piensa que es mi abuelo, y todo el día lo anda buscando y preguntando por él”, dice y como si fuera coincidencia se escucha la puerta de entrada, son los padres de Laura con bolsas de compras.

Marco (nombre ficticio) se acerca a saludar a su madre y ella con los ojos en el tejido, pregunta sobre su paradero y su hijo con un pequeño beso en la mejilla y un tono de voz pausado le responde. Se une a la conversación mientras sirve un vaso de agua y agrega entre carcajadas: “A veces no me deja ni ir al baño”.

El recuerdo de su difunto esposo está sumergido por todo el hogar, llegando al extremo de no reconocer a su propio hijo por el parecido de rostros. “Para mi mamá soy mi papá, pero no hay caso decirle nada, porque igual se olvida”, comenta Marco.

Mientras él acompaña a doña Miriam al cuarto a descansar, la madre de Laura se incluye a la conversación y señala que “no es fácil cuidar a doña Miriam, pero con el tiempo nos fuimos acostumbrando a ciertas cosas que ella hace”.

Por Jesus

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